EL SONIDO ES TERAPEUTICO
Nuestros antepasados, hace cientos de miles de años , cuando
el ser humano salía a cazar su presa y en medio de la oscuridad, junto al fuego
protector, se dormía rendido de cansancio. No importaba cuán profundo fuera su
sueño, pues tenía un aliado alerta: el oído, siempre atento al menor indicio de
peligro. Cuando dormimos, el cerebro monitorea el medio ambiente en busca de
sonidos que denoten algún riesgo. En nuestros días se han hecho pruebas con
voluntarios profundamente dormidos, que al pasarles una grabación con distintos
nombres sólo despertaban cuando escuchaban el propio.
El oído, misterio que poco a poco se nos va revelando, es
una estructura muy compleja mediante la cual oímos y mantenemos nuestro
equilibrio físico. Gracias a él sabemos si estamos parados, inclinados o
acostados.
La Medicina China vincula los riñones al oído, al sonido y a
la energía sexual. La medicina occidental ha advertido coincidentemente, la
relación existente entre órganos sexuales y la garganta: la esterilidad que
pueden producir las paperas en el adulto varón, el cambio de voz en la
pubertad, las famosas voces blancas de los castrati. Muchas cantantes sienten
que su voz cambia durante los períodos
menstruales.
El sonido es una vibración, que necesita de un medio para
viajar: el aire, el agua, el metal. No existe sonido en el vacío. El número de
vibraciones por segundo se llama frecuencia y la unidad con que se la mide se
denomina herzio o hz. El oído humano percibe entre 20 (trueno) y 20.000 (chillido
de un ratón). Por eso hay silbatos que ellos pueden oír y nosotros no.
Un murciélago percibe incluso más de 200.000hz y una
ballena, unos 250.000hz. Esta frecuencia puede tener distintas intensidades,
que se miden en decibeles o db. Un susurro tiene unos 25db; una conversación
normal, unos 50db y un sonido que produce dolor, más de 100 db.
Todo objeto emite además su propia vibración. Un cantante
puede emitir una nota que coincida con la frecuencia del cristal de una copa.
Al sumarse ambas frecuencias, la copa colapsa, como hemos visto en tantas
películas. Este fenómeno se conoce como resonancia. Cuando hay varias guitarras en el mismo
ámbito y se hace vibrar una cuerda, la nota MI por ejemplo, todas las cuerdas
afinadas en MI vibran también por simpatía, así como todos los objetos de
alrededor cuya frecuencia de vibración sea esa nota. Si se interrumpe el sonido
que se produjo, se oirá apagadamente cómo los demás instrumentos continúan
resonando. Esta capacidad de resonancia es lo que se intenta emplear en las
terapias de sonido.
Vivimos inmersos en un mundo de sonidos, los oigamos o no.
Una rosa al abrirse emite un sonido, similar al de una obra de Bach según se ha
comprobado. Así como el corazón produce un sonido, los demás órganos también
los generan con sus distintos trabajos.
Peter Guy Manners, de Inglaterra, creo una máquina muy
sensible con diferentes frecuencias, para cada órgano del cuerpo, y ha tratado
con éxito algunas dolencias.
El sonido puede efectuar un masaje muy sutil en los tejidos,
mejorando la circulación, el metabolismo, el sistema nervioso y el endocrino.
Una enfermedad puede ser considerada como la desafinación, de un instrumento en
un grupo orquestal. Lo que se propone la terapia del sonido es afinar
nuevamente el órgano enfermo y reintegrarlo en el concierto del organis-mo.
La capacidad curativa del sonido, se puso de moda a mediados
del siglo XX con la “milagrosa” curación de Norman Cousins: se repuso de una
enfermedad para la que los facultativos
no encontraban solución, apelando a películas cómicas que lo hacían reir.
Aseguraba que diez minutos de buenas carcajadas le daban dos horas de alivio al
dolor. Cousins, un distinguido intelectual que conocía los trabajos del doctor
Hans Selye, que había acuñado el término estrés, pensó que la alegría sería un
buen antídoto para el sufrimiento. Posteriormente se investigó a fondo este
caso y se descubrió que los sonidos con la letra “h” inglesa ( o jota suave)
con las vocales, así como la “k”, estimulan las glándulas craneales. De este modo
se estableció la relación entre el sonido y la producción natural de
tranquilizantes endógenos llamados endorfinas, y también de otras neurotransmisores.
Desde luego, tal descubrimiento no invalida el regocijo espiritual que
proporciona la risa.
Pero verdaderamente quien más hizo para desentrañar el
misterioso oído ha sido el doctor Alfred De Tomatis, quien entre otras cosas,
afirma que solo podemos emitir lo que oímos. Las personas tienen una capacidad
auditiva diferente, que depende de la lengua aprendida en la infancia. Por eso
para un francés (1.000 a 2.000hz) le es difícil aprender inglés con un
británico (2.000 a 12.000hz pero en cambio le es más fácil hacerlo con un
norteamericano (750 a 3.000hz).
El oído está íntimamente ligado al décimo nervio craneal o
nervio vago, que une las funciones automáticas de los órganos internos y el
cerebro. El tímpano y el nervio vago están en un estrecho contacto, que conecta
los músculos de la espalda, la laringe, los pulmones, el corazón y el diafragma
, hasta interesar todos nuestros órganos internos, incluyendo el tracto
intestinal, a través de los nervios del sacro; está claro que el sonido tiene
posibilidades de estimular y modificar todo el cuerpo a través de este nervio.
Además la verticalidad está directamente unida a la
audición: el sonido nos carga con la energía necesaria para mantenernos erguidos y en equilibrio. De Tomatis, afirma que una
buena postura asegura una buena audición. El “bien-estar” en y con el cuerpo
depende del oído, así como muchos “mal –estares” se solucionan a través de él.
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